Donald Trump estuvo en Barcelona en dos ocasiones, y lo primero que le gustó de España fue el lujo de la Marbella del jet set: millonarios, actores, jeques, todo el que quería acceder a esa élite, tenía que ir a sus fiestas, comprar en sus tiendas de lujo y navegar en sus yates. Amarrado en Puerto Banús destacaba el 'Nabila', un barco que llama la atención de Trump. Su dueño era Adnan Kashogui, un multimillonario que aumentó su fortuna con el tráfico de armas.
El 'Nabila' era uno de los diez yates más grandes del mundo: 86 metros de eslora que sirvieron como escenario de rodaje para Sean Connery en 'Nunca digas nunca jamás' en 1983.
Trump pagó 29 millones de dólares para comprarlo, y ocho más en reformarlo. Sin embargo, pronto no sería suficiente para el magnate.
Jaime Oliver, ingeniero naval, explica que "el barco, socialmente, es lo que marcaba el nivel" y pese a acabarse de comprar uno, pronto se dio cuenta de que no colmaba sus expectativas, por lo que pidió que le construyeran uno.
La familia Oliver, unos ingenieros navales de Bilbao, fueron los encargados de la construcción del barco de sus sueños. En una carta decía que quería "el yate más grande y más hermoso del mundo": "Estoy interesado en construir un yate de 420 pies que no sólo sea el más grande del mundo, al mismo tiempo el más hermoso. Va a ser un tributo a todas las personas involucradas en este proyecto, incluido su país, España".
Jaime y su hijo Íñigo Oliver conocieron a Trump en una exposición de yates en Florida. Jaime destaca de él que era "una persona maja, elegante, sonriente, simpática y muy educada". Íñigo dice que su relación pasó de ser profesional a amistosa: "Llegamos a hablar de detalles muy íntimos, de si compartía el lavabo con su mujer, de si el colchón junto o separado...".
Trump quería discutir con ellos cada detalle del yate. Padre e hijo viajaron varias veces a Nueva York, les llamaba constantemente y les invitó a su mansión en Florida. Jaime recuerda que "llamaba por teléfono cuando le venía bien, no distinguía el desfase de horas", a lo que Íñigo apunta que "las llamadas en vez de ser para un tema importante, eran para minucias, pero que para él eran importantes, se preocupaba a lo mejor del tamaño de la ducha".
Afianzaron una relación tan estrecha que Trump les invitó al bautizo de su hija Tiffany, a quien regalaron un faldón de 'Los Encajeros', una tienda en la que, desde entonces, los Trump han seguido comprando.
El diseño del barco, de 128 metros de eslora, fascinó a Trump. Íñigo recuerda que un barco de esa envergadura es como un hotel flotante que hoy en día podría ser un crucero de 400 pasajeros.
Sólo el diseño costó 16 millones de pesetas en el año 1992, pero Trump no llegó a construirlo. "Es un hombre de impulsos, tan pronto quiere construirse el barco más grande del mundo como que de repente construye un casino y quiebra y tiene que levantarse de la nada. Creo que fue un momento de transición", indica Íñigo, quien recuerda que poco después de decir que no hacía el yate, se compró el avión privado más grande mundo.